Esta obra forma parte del programa Escuelas con memoria que es un proyecto educativo transversal y que pretende convertirse en punto de encuentro del mundo educativo con las políticas públicas de memoria, en especial los lugares de memoria, las exhumaciones y la investigación sobre procesos de vulneración de derechos humanos. Con el objetivo de trasladar esta reflexión a nuestros alumnos de 1º y 2º de bachillerato acudimos el 15 de diciembre a la representación de esta obra en el Teatro Gayarre de Pamplona.
A menudo pasamos por alto que nos sentimos tristes y desolados ante las dificultades y los problemas de la vida diaria. Nos culpamos por sentirnos mal y a menudo hacemos un esfuerzo enorme por encajar en una sociedad que no entendemos.
Al hacerlo nos desdibujamos y perdemos nuestra esencia. Ese es el tema principal de esta novela convertida en obra de teatro mediante la adaptación teatral de Pamela Carter puesta en escena por Jose Luis Arellano como director de La Joven Compañía tras el fallecimiento del director Gerardo Vera.
Esta obra teatral surge a partir de la novela Para acabar con Eddy Bellegueule de Louis Èdouard, un testimonio claro de la necesidad de reivindicar la diferencia en el micromundo de la Francia rural, donde la imposición de una homogeneidad acaba con la individualidad de los seres humanos que la pueblan.
El relato se articula como una falsa autobiografía con la que el autor, Louis Édouard, relata con descaro e ironía las miserias que la sociedad en conjunto se afana en ocultar. El protagonista, alterego de ficción del propio autor, es señalado por sus vecinos como “maricón”, mientras que en su propia casa no dejan de recordarle que es un chico amanerado por lo que se convertirá en el hazmerreír de esa sociedad injusta y sádica.
De nada sirven los intentos de su padre por intentar que se aficione al fútbol o el interés del propio protagonista embarcarse una relación corta y bochornosa con una alumna nueva que llega a su colegio. Todas estas tachas que lo señalan como la vergüenza de una sociedad no son más que un intento de sus habitantes de olvidar la frustración por la falta de futuro y una pobre perspectiva laboral.
En la adaptación teatral para La Joven Compañía el director, Jose Luis Arellano, desdobla el relato autobiográfico de la novela en dos voces que representan al Eddie joven, interpretado por Julio Montaña Hidalgo, que tiene que lidiar con sus miedos y el desconocimiento de una realidad que apenas lo deja respirar y Louis Èdouard, al que da vida Raúl Pulido en la piel del escritor de éxito que consigue escapar de su pueblo Hallencourt.
Será este personaje el que tras estudiar en el Liceo y explotar su talento como escritor vuelva la vista atrás para construir el relato de su vida a través del recuerdo de todos aquellos que sufren las injusticias de la sociedad que apenas comprenden.
Este relato se construirá a través de los retazos de su pasado en el que aparecen desde su padre prejubilado y enganchado a los programas del corazón, a su hermana que sufre en silencio las palizas brutales de su marido o sus compañeros de colegio que se congregan cada sábado a beber vodka barato en el aparcamiento de la única discoteca del pueblo.
Nada de dolor o frustración queda en el relato de Louis Èdouard, que se convierte en una serie de estampas que documentan los detalles más descarnados de la vida de estos personajes en un homenaje al movimiento naturalista francés. Poco queda de humanidad de unos seres que aparecen desdibujados a través de sus torpes acciones.
Por ello, las escenas de violencia y odio se convierten en la propuesta teatral en una actualización del esperpento valleinclanesco en el que las peleas familiares se producen al ritmo del Bomba de King África y la terrible soledad de la habitación del protagonista se disipa con el repetitivo Alors on Dance de Stromae.
En definitiva, una propuesta escénica que consigue conservar la distancia en la narración de unos hechos que en ocasiones aparecen documentados con la frialdad de la distancia de Louis Èdouard y otras se pierden en un cúmulo de voces impostadas de personajes secundarios, música estridente y una elaborada videoescena que amplifica el drama hasta el punto que consigue liberar al espectador de la pena o el asco.
Un planteamiento necesario para que el espectador sea capaz de reflexionar sobre las consecuencias de la falta de empatía y de libertad que por desgracia siguen de rabiosa actualidad
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